martes, 2 de enero de 2018

I´m the survivor: Joel y Zac

El coche avanzaba a toda velocidad, Joel podía sentir el viento tratando de oponer resistencia al vehículo y el bailoteo del mismo con cada maniobra. No le gustaba conducir así, tan rápido, sabiendo que en cualquier momento podría perder el control, pero en esa ocasión tenía que hacerlo. Tenía que sacar a Zac de la ciudad, ponerlo a salvo lo más lejos posible.
El chico dormía a su lado en el asiento del copiloto, ajeno a la vertiginosa que estaba emprendiendo junto a su padre. Casi no se había dado cuenta de nada: él ni siquiera había terminado de empaquetar sus cosas cuando el niño cayó dormido, y realmente no había despertado desde entonces.
Joel redujo un poco la marcha, lo suficiente como para sentir que volvía a tomar el control del vehículo, y observó durante unos instantes a su hijo: las luces intermitentes y anaranjadas de las farolas en la noche iluminaban su rostro, las facciones redondeadas y dulces. Joel estudió los rizos castaños del niño brillando levemente bajo los focos y, antes de volver a prestar su atención a la carretera, se detuvo a contemplar sus pestañas, largas y rizadas, destacando sobre los párpados cerrados.
La madre de Zac también había lucido esas pestañas, y el color café de su pelo sedoso había coincidido a la perfección con el de su hijo. Sonrió al recordarla, pero era una sonrisa amarga. Judy había muerto el mismo día Cero: Joel se la encontró en el portal cuando corría despavorido hacia la casa, siendo devorada por uno de aquellos monstruos grises. Ni siquiera podía recordar cómo había logrado entrar en su domicilio, cegado por las lágrimas y el dolor, sin llamar la atención de la criatura, pero lo hizo. Zac le esperaba en su habitación, acurrucado entre las mantas.
-          - Mamá me dijo que me quedara aquí.
Joel le felicitó y le abrazó durante un largo rato, pero no le dijo dónde estaba su madre. Pasado un tiempo volvió a salir al porche para toparse únicamente con algunos de los huesos del cuerpo de su mujer y su alianza dorada, ahora manchada de sangre. Enterró los huesos en el jardín trasero y prendió el anillo de su cuello con ayuda de una de las cadenas de Judy. En aquel momento podía sentir la dureza del metal contra su pecho.
A pesar del paso de los días, no había sido capaz de hablarle a su hijo de la muerte de su madre. Él tampoco había preguntado, pero Joel estaba seguro de que el niño lo sabía. Desde el día Cero, Zac tenía los ojos llorosos a menudo y un aire de tristeza en la mirada. Se había empreñado en meter en su bolsa todas las fotos que había encontrado de su madre.
Pensativo como estaba, Joel no se dio cuenta de que los escasos coches que permanecían circulando por la carretera se agolpaban frente al suyo, y tuvo que frenar bruscamente para no golpearse contra uno de ellos. Zac se despertó mientras pasaban de largo el obstáculo que había generado el atasco: los esqueletos ensangrentados y carcomidos de dos grandes caballos. El niño volvió la vista atrás y luego hacia delante, tratando de despejarse.
-         -  ¿Dónde estamos?, ¿a dónde vamos?
-     -   Nos vamos de la ciudad, Zac, quiero ir a casa de la abuela, en el pueblo, quizá allí estemos más tranquilos.
Su hijo asintió en silencio, aceptando su decisión. Desde el día Cero, ningún momento había sido tranquilo: aunque apenas habían salido de casa, los gritos de terror y los gruñidos salvajes eran continuos y audibles tras las paredes, y salir de casa suponía enfrentarse a un mortal laberinto de objetos abandonados, monstruos hambrientos y vecinos desesperados. Joel nunca había disparado un arma antes, pero ahora no era capaz de recordar cuántas veces había disparado el gatillo.
-          Papá, ¿crees que mis amigos estarán bien?, ¿o les habrá pasado lo mismo que a mamá?
Un pesado silencio se hizo en el coche. Era la primera vez que Zac hablaba de la desgracia que le había ocurrido a su madre.
-          - Espero que no.
-         -  Pero no lo sabes.
Joel suspiró mientras revolvía el pelo rizado de su hijo.
-         -  Es cierto, no lo sé, pero quiero pensar que estarán bien. A veces hay que tener fe, hijo, y aferrarse a ella. Tus amigos permanecerán sanos y salvos hasta que conozcas lo contrario.
Zac asintió de nuevo, pero parecía convencido. Joel lo vio, volvió a concentrarse en la carretera.
Sería difícil conseguir que su hijo aceptara que sus amigos, las personas que quería, estarían bien hasta que no comprobara su muerte, como si fueran gatos de Schrödinger. Ni siquiera él podía creerlo, ¿cómo podría ser tan ingenuo? La gente que había muerto en la ciudad era incontable, no se atrevía a pensar en un número concreto. Resultaba demasiado probable que alguno de los compañeros de Zac, esos pequeños niños, hubiera perecido también.
Pero eso no le pasaría a su hijo, se dijo con fiera determinación, él se encargaría de que ninguno de esos monstruos le tocara jamás el pelo, de que nunca sufriera daño. Su instinto lo pensó en el mismo instante en que supo que aquellas criaturas estaban invadiendo la ciudad y lo reafirmó enterrando lo que había quedado de su esposa, que había salido a la calle para proteger a su pequeño.

Judy no moriría en vano Y Zac, el único tesoro que le quedaba en la vida, siempre estaría a salvo. Con la vista fija en la carretera, Joel se reafirmó en aquel objetivo: su hijo viviría, aunque para ello tuviera que morir él.