domingo, 19 de febrero de 2017

Beloved man.

Me agarra del cuello y comienza a apretar, privándome de aire. Duele, me queman los pulmones, pero me obligo a intentar respirar. Me obligo incluso cuando ya estoy muerta.
No es consciente de que me ha matado, al menos durante un momento. Se queda mirando mi rostro, mis ojos abiertos dirigidos inertes al techo, observándome como si creyera que soy parte de un sueño.
Sólo cuando por fin se entera que lo que me ha hecho se levanta de encima mía. Está a punto de hiperventilar, nunca he visto tanto miedo en su expresión. Supongo que es irónico que se muestre tan preocupado cuando él sigue vivo y yo ya no estoy por su culpa, pero permanezco sentada junto a mi cuerpo mientras le observo caminar a trompicones de un lado a otro de la habitación.
Se agacha y me sujeta las manos, pero luego recapacita y se levanta de nuevo para ir a buscar un trapo con el que limpiármelas. El muy idiota se cree que nadie sospechará de él si no encuentran sus huellas en mi cuerpo, a pesar de que es mi marido. Frota con la tela todo mi cuerpo, incluyendo la nueva marca amoratada que ha aparecido en mi cuello, sin que en sus ojos aparezca ningún rastro de arrepentimiento. Sólo quiere librarse de mí, de la responsabilidad por haber acabado con mi vida, le doy igual yo.
Después de deslizar el trapo por todos y cada uno de los muebles del salón se marcha de allí, dejándome tirada junto a la mesa de café. Me encanta esta mesa, cuando la compramos estaba deseando poder usarla hasta ser una anciana. Es increíble cómo ocurren las cosas.
Vuelve al cabo de un rato y con cuidado me coge en volandas, moviéndose con precaución como si creyera que de un momento a otro mi cuerpo revivirá para rebelarse y darle unas patadas. Me encantaría hacerlo, ojalá fuera posible, sería genial poder golpear esa cara que sólo refleja temor.
Me lleva al garaje y me arroja en el maletero abierto, sin preocuparse un instante por al menos tratar mis restos con un poco de dignidad. Me siento ofendida: suponía que reaccionaría como en las películas que siempre he visto, como dicen en las series de policías, tratándome con cuidado y delicadeza y con lágrimas en los ojos arrepentido por haberme matado. Ya veo que no le importo tanto.
El trayecto en coche se me hace eterno en la oscuridad, pero cuando por fin me saca la noche que me espera en el exterior es tan cerrada que no supone una gran diferencia. De nuevo en sus brazos, me conduce a través del bosque hasta una zona poco transitada, junto al río, y me tiende en la orilla de cualquier manera. Hace amago de cubrirme con las hojas, pero parece cambiar de idea, y una última mirada de soslayo es todo lo que obtengo de él antes de que se pierda entre los árboles.

De modo que es esto. Finalmente, así ha acabado lo nuestro. Me siento junto a mi misma y me quedo contemplando el discurrir del río, alguien terminará encontrándome.

2 comentarios:

  1. ¡Hola!
    Soy nueva por tu blog^^
    Que bonita entrada, escribes muy bien.
    Besitos

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  2. La verdad es que es bastante horrible. No porque esté mal escrito (eso nunca) pero porque refleja una realidad que por desgracia está ahí. Me ha hecho sentir un poco mal, la verdad xD
    ¡Un beso!

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