martes, 30 de diciembre de 2014

Lanare o el nacimiento de la Luna.

Cuentan que hace miles de años, cuando los primeros humanos comenzaban a habitar estas tierras por las que hoy caminamos, el mundo no estaba completo. Existían las rocas y los bosques, el agua y el fuego, los animales y las plantas... pero el Sol estaba sólo en el firmamento, sin una Luna que le acompañara.
Sin ella en el cielo, las noches siempre eran oscuras, pues las estrellas apenas eran capaces de enviar un poco de luz al mundo. A los humanos no les importaba, claro, pues como nunca habían experimentado la luminosidad nocturna, no la echaban en falta; pero a las estrellas les costaba cada vez más mantener la escasa luz que despedían y un día, temiendo su inminente desaparición, decidieron pedir ayuda.
Una noche particularmente oscura nació en una aldea una niña, a la que llamaron Lanare. El bebé causó pronto una profunda conmoción en el lugar. A diferencia del resto de los habitantes, gente morena de ojos y cabello oscuros, el pelo suave de la niña eran tan pálido como su piel, y en su rostro brillaban dos ojos grises como el humo.
Al principio el pueblo sospechó de la madre, ya que toda la familia era idéntica a sus vecinos, pero como nunca nadie había visto a ningún forastero remotamente parecido al bebé, su angustiada madre se libró de la lapidación, y la vida siguió adelante.
Los años pasaron, y Lanare creció sana y fuerte, pero a medida que avanzaba el tiempo, también se acrecentaban sus diferencias con el resto de la gente: mientras que sus vecinos eran musculosos y anchos como troncos, la joven poseía una figura esbelta y delicada que no era capaz de soportar el peso que otros consideraban aceptable; ante las mentes cerradas de la población, ella hacía gala de una mentalidad abierta, abrazando siempre nuevas opiniones y cambios; además, a nadie le pasaba desapercibido el extraño brillo que parecía desprenderse de su persona, y que la acompañaba allá donde iba.
Así, Lanare creció como una extraña dentro de su aldea y su familia. Mientras que unos sentían una extraña fascinación por ella, otros la temían y repudiaban, pero ninguno de ellos se atrevía a dirigirle la palabra más de lo necesario.
A la joven nunca pareció importarle, sin embargo: nunca iniciaba una conversación, ni se esforzaba en mantenerla una vez empezada; en sus tareas era obediente y disciplinada, pero muy silenciosa; cuando caminaba lo hacía con la vista perdida en el horizonte, y en numerosas ocasiones sus padres la descubrían oteando el cielo oscuro con una extraña expresión en su rostro, como si una desconocida relación la uniera con él. Para todos resultaba evidente que la muchacha no pertenecía a su mundo, que sólo se encontraba de paso en él, que procedía de otro lugar, uno muy muy lejano.
Y esta evidencia se hizo mayor cuando Lanare cumplió diecisiete años. Ese año, todos empezaron a notar que algo no iba bien: la muchacha empezó a sufrir cambios de humor cada vez más graves, pasando de la serenidad a la pena y la vergüenza en apenas semanas y sin motivos aparentes; dejó de hablar definitivamente, ya ni siquiera respondía a las preguntas que se le formulaban, y la indiferencia hacia los demás que la había caracterizado toda su vida se transformó de pronto en una extraña curiosidad, como si fuera un infante observando su desconocido entorno. La inquietud que su familia había experimentado siempre ante su hija se convirtió en temor, un temor que se transformó en terror cuando el sabio de la aldea acudió a examinarla y, derrotado, tuvo que confesarles que no conocía ningún tratamiento para ella.
Finalmente, una tarde la madre de la niña no aguantó más y, con lágrimas en los ojos, se sintió forzada a expulsarla de su hogar. Dicen que entonces la joven, sorprendida y aterrorizada, recorrió las calles de la aldea sin rumbo fijo hasta que finalmente alcanzó la plaza y se situó en el centro, para que todos los presentes pudieran observarla. Cuentan que la luz que parecía desprenderse siempre de su cuerpo ahora era más intensa y evidente, tan fuerte, que muchos de ellos tuvieron que entrecerrar los ojos para no quedar cegados.
Pero, a pesar de ello, todos pudieron ver cómo, tras despedirse con la mano, el cuerpo de la muchacha desapareció sin hacer ruido.
En su lugar sólo se quedaron sus ropas, que habían terminado arrugadas en el suelo de piedra. El pánico se extendió por los testigos y, más tarde, por toda la aldea; en menos de media hora los vecinos ya corrían frenéticos por las calles, hablando unos con otros y refiriéndose a la joven como una bruja o incluso un fantasma. Al caer la noche, todos ellos se dirigieron a la plaza, en cuyo centro aún descansaban las ropas abandonadas por Lanare... extrañamente iluminadas.
Cuando levantaron la cabeza, más de un aldeano se desmayó al ver, de repente, un enorme astro blanco que brillaba en el firmamento y que, acompañado de las estrellas, parecía iluminar toda la tierra. Aunque no sabían qué estaba pasando nadie dudó en afirmar, correctamente, que se trataba de su misteriosa vecina de cabellos plateados y tez blanca, que por fin había encontrado su hogar.
Al principio a la aldea le costó seguir con su vida, sintiéndose vigilados y sorprendiéndose cada vez que aquella esfera de luz sustituía al Sol. Pero, poco a poco, todo el mundo terminó acostumbrándose y se habituaron a contar con Lanare para que iluminara sus noches cada día.
A pesar del paso del tiempo, aún podemos verla en el firmamento cada vez que el Sol se va, apoyando a las estrellas en su tarea y observando cómo la humanidad y el mundo avanzan, generación tras generación. Y, aunque a veces se avergüenza y se esconde, sabemos que luego volverá a mostrase completa y feliz, cumpliendo con su deber y acompañándonos año tras año, siglo tras siglo.

Para siempre.

domingo, 28 de diciembre de 2014

Te quiero.

Te quiero, sólo a ti.
Te quiero desde el primer momento, princesa, aunque entonces no lo supiera. Te quiero por lo que eres, por lo que haces, por toda tú.
Te quiero por tu risa, por tu suave pelo azabache que cae si control por tu espalda; por tus ojos negros y por las largas pestañas que lo enmarcan.
Te quiero por tu sonrisa, por tus labios limpios de maquillaje; por tu agilidad y tus piernas fuertes capaces de correr kilómetros; por tu habilidad y tu inteligencia capaz de todo.
Te quiero incluso cuando me superas y pasas horas celebrando tu victoria; cuando te enfadas conmigo y no me lo quieres decir, aunque lo sepa perfectamente; cuando mientes o cuando me hablas mal. Te quiero tanto que todo eso me da lo mismo.
Y me da lo mismo porque nada de eso supera lo maravillosa que eres. Nada de eso supera tus besos siempre llenos de cariño, tu alegría al verme, tu locura, tu bondad o tus ganas de vivir. Todas las cosas malas son minúsculas comparadas con tu ilusión, con tu imagen leyendo de cara al sol, con tu vitalidad, con tu ingenio, tu dulzura y tu humor. Eres perfecta, cariño, perfecta para mí.
Te quiero, te quiero con locura, con pasión; con cada centímetro de mi cuerpo y cada esencia de mi alma.
Te quiero ahora, y te querré siempre. Te quiero como la mujer que eres y como la niña que fuiste y que a día de hoy no se ha llegado a marchar del todo. Quiero al fuego que hay en ti, y también la magia y la paz que reinan en tu interior.
Y no quiero que lo olvides, nunca; ni cuando estés triste, ni cuando te sientas sola, ni cuando discutamos y pienses que todo se acaba.
Porque, si tú no quieres, esto nunca terminará.
Fui, soy y seré tuyo, para siempre.

Te quiero.

sábado, 27 de diciembre de 2014

Tap, tap.

Tap, tap.
Unos pasos más.
Tap, tap.
Hasta el final del pasillo.
Tap, tap.
Oigo tu respiración.
Tap, tap.
Tras la puerta entreabierta.
Tap, tap.
Me ves, y sollozas aterrorizado.
Tap, tap.
¿De qué tienes miedo? Sólo es un cuchillo.
Tap, tap.
No me mires así, por favor.
Tap, tap.
Deja de llorar...
Tap, tap.
¡HE DICHO QUE DEJES DE LLORAR!
Tap, tap.
Un movimiento de la hoja, y la sangre cubre la pared.
Tap, tap.
Ya no lloras.
Tap, tap.
Ya no me miras mal.
Tap, tap.
Pero estás muy sucio, bañado con tanta sangre.
Tap, tap.
No pasa nada, yo también me he manchado, ¿ves?
Tap, tap.
Ahora somos iguales, y podrás quedarte conmigo. Para siempre.
Tap, tap.
Un beso tiñe de rojo mis labios.
Tap, tap.
Hasta luego, cariño.
Tap, tap.
Media vuelta, la habitación a mis espaldas.
Tap, tap.
Unos pasos más.
Tap, tap.
Alejándome por el pasillo.
Tap, tap.
Hacia la oscuridad.
Tap, tap.
Tap, tap.

Tap, tap.

martes, 23 de diciembre de 2014

Falsa sencillez.

Es tan sencillo, tan fácil... tan simple como apretar un botón.
Con el dedo en el gatillo, sólo hace falta un pequeño impulso para desencadenar un huracán. Para infundir el terror, para dar una señal, para destruir una existencia.
Cuantas consecuencias para un simple instante.
Siempre me fascinó eso, la sencillez del funcionamiento de las pistolas. De pequeño pensaba mucho en eso, en cómo con ella un leve movimiento podía desencadenar consecuencias tan grandes. Deseaba desde entonces tener una, para poder experimentar tan sólo una vez lo que me obsesionaba a casi todas horas. Pensé que sería fácil.
Pero no lo es.                                                                  
Llevo diez minutos sujetano la cola de Leia, mi perra, y la pobre está empezando a ponerse nerviosa. Aunque puede observar el cañón de la pistola apuntando a su rabo, es incapaz de saber lo que pretendo hacer, pero estoy seguro de que nota mi inseguridad, de que intuye que algo no marcha bien.
La seguridad que he experimentado al llegar a casa con el arma y llamarla con un silbido se ha esfumado por completo cuando la he apuntado. Por supuesto no quiero hacerle daño, no pretendo que muera, sólo quiero experimentar, pero ahora mismo mi mano tiembla con violencia, me siento incapaz de apretar el gatillo. ¿Qué pasará si le hago más daño de lo planeado?, ¿qué pasará si deja de quererme? Tengo mucho miedo, no esperaba que esto fuera tan difícil.
¡Maldita sea! ¡Siempre pensé que sería fácil, cuestión de un segundo! ¿Qué me está pasando? Debería de ser fácil, sólo es apretar el dedo, ¿por qué es tan difícil?
Noto cómo las lágrimas luchan por salir de mis ojos y, frustrado, no intento detenerlas. El sonido de mi sollozo preocupa todavía más a Leia, que se me acerca y empieza a lamerme la cara. Me adora, me está intentando consolar, ¿cómo puedo hacerle algo tan cruel?
Se acabó, me rindo, no puedo más. Bajo la mano y contemplo la pistola que sostiene con un rencor que acaba de florecer. No puedo creer que hasta hace un momento sintiera fascinación por este asqueroso objeto, no se merece ni el respeto, ni el de nadie. Soy incapaz de comprender cómo el hombre ha podido crear un invento tan atroz.
Siento que he desperdiciado mi vida deseando una cosa de estas. Como cuando una película en la que tenías puestas muchas expectativas resulta ser horrible, como cuando descubres que tu mejor amigo no es quien decía ser. Pero no voy a derrumbarme, voy a ser más fuerte que mi decepción, no pienso permitir que esta basura me atraiga nunca más.
Abro la papelera y tiro la pistola en ella, ni siquiera pienso reciclarla. En cuanto se cierra, le doy una patada y vuelvo al salón, donde Leia me mira feliz, esperando a que la mime.
Me tiro en el sofá y la llamo para que se recueste encima mía, como siempre hace. Su calor me consuela, alivia en parte mi pena, puedo estar tranquilo.

Cierro los ojos, me siento en paz.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Adelante.

Sé que el camino es largo, pero no puedes rendirte.
Ya has avanzado mucho, no estás lejos de la meta. No puedes rendirte ahora, has hecho demasiado esfuerzo como para abandonar, no puedes permitírtelo.
Sigue así, continúa hacia delante. Puedes caer, pero levántate de inmediato y jamás te detengas. La meta es sólo para los mejores, y tú lo eres, debes estar ahí.
Eres fuerte, eres valiente, eres es el mejor de todos ellos. No permitiré que pierdas, no puedes dejar que te pasen por encima, porque tú eres superior, lo supe desde el primer momento en que te vi, y no mereces ser olvidado.
Y no te engañes, sólo el vencedor podrá vivir para siempre en la memoria de la gente. Los demás terminan siendo parte del olvido, de las brumas de un pasado que nadie se molesta en rememorar; todos ellos no serán nadie, pero tú serás alguien, el que los derrotará a todos, el legendario vencedor que pasará a la historia.
Así que continúa hacia delante, mi pequeño. No te rindas, no caigas, no dejes que nadie te deje atrás. Sólo puede quedar un vencedor, el mejor de todos, y ese eres tú. Tus contrincantes no son más que insectos comparados contigo, así que ya sabes lo que tienes que hacer:
Alza el vuelo, llega hasta el final, supéralos a todos.
Que tu nombre quede grabado en la historia, que tu persona protagonice leyendas, que tu legado llegue a todos los rincones del mundo.
Sólo tú te lo mereces, jamás lo olvides.

Mi gran campeón.