sábado, 26 de abril de 2014

Carta para Arturo.

Reconozco que no sé cómo empezar, nunca he sabido cómo empezar estas cosas. Sé lo que quiero decir, me rondan pensamientos que quiero plasmar, que quiero contar, contarte a ti en este caso, pero me resulta ridículo empezar con algo tan común y simple como un "hola", se queda muy pálido comparado con lo que viene después.
Puede que estés enfadado, lo comprendo, lo siento. Sé que me olvidé de ti, que he vivido mucho tiempo sin acordarme de ti, como si no existieras, como si jamás hubieras pasado, como un recuerdo infantil que permanece años y años encerrado en los cajones más profundos de nuestra memoria, al borde del olvido, hasta que al final sale maltrecho y lleno de polvo, tosiendo volutas de polvo y preguntándose extrañado qué hace ahí.
Sin embargo, y me temo que al igual que los recuerdos infantiles, has vuelto sin saber por qué, y también traes contigo esa alegría y esa felicidad que nos llena por dentro y que ellos siempre nos dan.
Normalmente nos alegramos por que vinieron en una gran época llena de color.
Yo me alegro, simplemente, porque eres tú.
Es así, porque sabes, como yo, que no viniste, que no estuviste, en mi mejor época.
Sabes tan bien como yo que llegaste en tiempos malos, tiempos que no eran fáciles, tiempos que dolían. Sabes que llegaste por eso.
Llegaste a mi vida para salvarme de mí, del mundo que me rodeaba y que duele asumir, de la soledad, del miedo y de la tristeza.
Llegaste para sacarme una sonrisa en medio del llanto, de la desesperación, del vacío que yo, tan pequeña, tenía dentro.
Recuerdo todos esos días, esas largas horas contigo, pensando en ti, y sonriendo sin que nadie entendiera. Recuerdo cómo, en todos esos rincones, me encogía y deseaba que tú estuvieras ahí, que aparecieras de un salto y me llevaras donde fuera, a tu mundo ideal para mí, para allí regalarme tus sonrisas y el guiño de tus ojos negros.
Sé que, a pesar de que quizás estés molesto, te alegrarás de verme aquí. Sé que te alegrarás de verme feliz por fin, y más fuerte que nunca; de que, tras cinco años de desarme, esta niña que un día conociste débil y triste se haya levantado y haya elegido su camino; de que lo haya seguido, a pesar de que no era el más fácil, hasta llegar aquí, a este punto en el que esta niña, que ya no lo es tanto, está orgullosa y feliz.
Y, ante todo, no se arrepiente de nada.
Por eso, mi querido y adorable Arturo, quiero darte las gracias, y pedirte perdón: gracias por acompañarme en mi camino, por ayudarme en él, por dar esperanza y un toque de calor al frío al que, a diario, debía enfrentarme.
Perdón por todo lo demás: perdón por tener que soportar todo lo que te he hecho sufrir; por crearte mil y un tormentos; perdón por dejar de llamarte en mi largo y difícil recorrido; por ir olvidándome de tu apoyo poco a poco; por adquirir las fuerzas para echar a volar y, en el vuelo, dejarte marchar a un rincón de mi mente, un rincón eclipsado por todo lo que ha venido después hasta que, al final, de improviso, has vuelto a aparecer.
Como un espejismo del pasado.
Como un recuerdo infantil.
Por eso he querido volverte a llamar, para darte las gracias, para pedirte perdón, para contarte que me levanté, que ahora soy fuerte y mejor, y que poco más podría pedir.
Y, por último, para despedirme tampoco voy a decir "adiós", al igual que "hola" me parece demasiado simple, muy pálido para cerrar esta carta.
Asi que, simplemente, voy a decirte esto:

Mi querido Arturo... jamás te olvidaré.

miércoles, 2 de abril de 2014

Tras la muerte, felicidad.

Antes de que leas esto, quiero hacer constar que ninguno de los personajes que aparecen en este texto me pertenecen. Todos ellos son propiedad e invención de J.K. Rowling y se encuentran en su serie de novelas Harry Potter. También el escenario en el que se desarrolla la acción es suyo, en mi intento por permanecer lo más fiel posible a la serie.
En este escrito he querido plasmar mi particular visión sobre los primeros minutos de Severus Snape tras su muerte, la cual se produce en la séptima entrega de la saga.

En un instante, Potter dirigió sus ojos hacia él. Esos ojos verdes idénticos a los de ella, esos que tanto había querido, que destacaban en su rostro en un intento por disimular el enorme parecido que guardaba con el de su padre, que le hacían sentir que todavía quedaba algo de la mujer que amaba en este mundo.
Los ojos de Lily.
Y después, nada.
Pero seguía pensando, seguía sintiendo. Sin embargo, estaba seguro de haber muerto, de que esa serpiente había acabado con él. ¿La muerte era así?
No abrió los ojos, no quería abrirlos. Con un alma tan dañada como la suya, el lugar donde estaba no podía ser agradable. Notó su desnudez y no quiso encontrarse así, inmediatamente sintió cómo una túnica cubría su cuerpo.
Bueno, al parecer todavía tenía privilegios.
-          Has sido muy valiente, Severus.
Abrió los ojos. Sobre él, la mirada azul de Albus Dumbledore le observaba agradecida y triste. Recordó su último encargo.
-          El chico, Potter. Los recuerdos, le di mis recuerdos…
-          Lo sé, lo sé. Lo has hecho muy bien, Severus. Gracias a ti, Harry sabrá que hacer. Te estoy realmente agradecido, y lo siento mucho, las cosas no deberían haber salido así.
-          Era una posibilidad, debí haber estado más preparado para reaccionar ante ella, pero ahora no importa. Ahora tiene que preocuparnos lo que haga el chico, si todo esto ha sido en vano…
-          No lo será, tranquilo. Harry es inteligente y ha demostrado en varias ocasiones su valor, te aseguro que ninguna muerte y sacrificio habrán sido en vano. Tras esta noche, el mundo mágico podrá vivir en paz.
Vivir en paz… se incorporó y miró a su alrededor, buscando hacerse una idea del lugar en el que estaba: todo lo que le rodeaba era blanco; el suelo, porque sobre algo estaba apoyado, apenas se distinguía de lo que se le antojaban paredes, cubiertas de una especie de neblina.
-          ¿Dónde estamos?
-          Ojalá lo supiera, viejo amigo. Simplemente estamos muertos. Ignoro cómo se llama este lugar, así que podemos nombrarlo como quieras.
-          ¿Estamos solos usted y yo?
-          ¡Oh no, para nada! – su risa no había cambiado ni un ápice – Aquí venimos todos. Todos los que hemos sido abrazados por la muerte, desde la primera criatura que existió, muggles y magos, estamos aquí. No nos vemos todos, claro, pero tampoco nos organizamos en habitaciones, aquí el tiempo y el espacio no existen, mi leal amigo, te acostumbrarás a ello.
Costaba asimilar sus palabras. Significaban que ahora estaba con su familia, con la que nunca había sido feliz; con la gente que había asesinado y visto morir siendo Mortífago; con Pettigrew y Black; con Potter.
Con Lily.
¿Era posible?
-          Lily… Ella… ¿También está aquí?
-          Pues claro que sí, Sev. ¿Cómo no iba a estar?
Su voz sonó en sus oídos como un canto de sirena. Llevaba años sin escucharla, y seguía tan hermosa como siempre la había recordado: dulce y clara.
Se volvió hacia el lugar donde la había escuchado, justo detrás de él. Temblaba, temiendo que su imagen desapareciera en la neblina como una ilusión, que Dumbledore le hubiera mentido, aquello no podía ser real…
Pero allí estaba ella, arrodillada para encontrarse a su altura. Su cabello rojo oscuro caía sobre sus hombros ocultando su pecho; su pálida piel se mezclaba con la túnica impolutamente blanca que vestía; en medio de su rostro lucían sus ojos, verde esmeralda, tan bellos como siempre habían sido, el cariño brillando en ellos. De hecho, toda ella daba la impresión de brillar, como un ente hecho de luz, toda magia y pureza.
-          Gracias, por cuidar de Harry, por todo. Has sido realmente muy valiente.
Sin palabras, la abrazó. Su pelo conservaba su olor, su cuerpo su calor. La tenía en sus brazos, de nuevo, sólo pensaba en ello y a la vez no podía pensar en nada. La estrechó con fuerza, con toda la que fue capaz, ojalá nunca acabara ese momento.
-          Creí que nunca volvería a verte…
-          Lo sé.
-          Lo siento mucho, lo siento tanto… Lo que hice, lo que dije…
-          No te preocupes, de verdad. Todo está olvidado, tienes mi perdón, te lo has ganado con creces.
-          Oh, Lily…
Ella se apartó para mirarle a la cara, su sonrisa era amable y acogedora, y era para él. Hasta que no le secó una lágrima, no supo que había llorado; sólo cuando le apartó un mechón negro de la cara comprobó lo mucho que le estorbaba en su bella visión.
Le besó en la frente, se sintió inmensamente feliz.

-          Bienvenido, Sev.